martes, 22 de marzo de 2011

Todos estamos un poco locos: “Bringing Up Baby” y la comedia de enredos.

Todo empieza con un pequeño malentendido. O una mentirita blanca. Pero como bola de nieve que rueda bajo una colina, rápidamente crece de tamaño hasta convertirse en una avalancha de confusión que trastoca la vida y las pretensiones de todos los involucrados. Esa es la fórmula de la comedia de enredos, el screwball comedyse desconoce el origen del término, que hace alusión a como a los locos “les hace falta un tornillo en la cabeza” -. A la par del musical, la comedia de enredos quizás fue el género más efectivo para ofrecerle a las atribuladas multitudes un escape de las vicisitudes de la gran depresión. La fórmula es simple: gente bonita y privilegiada se pierde en un laberinto de enredos que se resuelve felizmente. Otra variante encuentra al protagonista trascendiendo a sus limitaciones materiales para alcanzar fortuna y amor. Pero bajo esas simples premisas, se pueden explorar innumerables entresijos de la condición humana, y construir genuinas catedrales de humor.

Como “Bringing Up Baby” (Howard Hawks, 1938), estrenada en mercados de habla hispana como “La Fiera de Mi Niña” o “Mi Adorable Revoltosa”, es la screwball comedy por definición. El Dr. David Huxley (Cary Grant) es un flemático zoólogo tratando de conseguir una donación para mantener abierto el museo donde trabaja. En la víspera de su boda, su reunión con el abogado que tiene la donación en sus manos termina antes de empezar, cuando en el campo de golf la heredera Susan Vance (Katherine Hepburn) cofunde su bola con la de él. Ese pequeño equívoco es el principio de una cadena de complicaciones que demolerán efectivamente la vida a como Huxley la conoce. Su carrera, sus expectativas sentimentales e incluso su imagen de si mismo se destruirán en medio del huracán de enredos que Susan construirá – intencional y accidentalmente – en un desesperado intento por evitar que se case. La excéntrica Susan se ha enamorado de él.

No es difícil prever cómo terminará el asunto. La gracia está en la ejecución. La clásica comedia de enredos depende mucho de la intrincada construcción de su guión y de la interpretación de los actores. No es una casualidad que el director Howard Hawks mantuviera su estilo visual en parámetros claros y sencillos, para dejar que sus actores marcaran la pauta del ritmo. La predominancia de planos abiertos permite registrar hasta los más mínimos detalles de las ricas caracterizaciones físicas, llenas de movimientos y reacciones que revelan tanto o más que las palabras. Añada a eso las demandas de la “comedia física” que los actores ejecutan con heroico abandono. Tome nota de las espectaculares caídas, tropezones y golpes que Grant y Hepburn ejecutan. No se registran como desesperadas apelaciones a la risa del espectador. Son un detalle más en el mosaico de ocurrencias, que emanan sin esfuerzo aparente de las circunstancias y personalidades. Demasiadas comedias  contemporáneas fabrican estos momentos como desesperados intentos por generar una risa. La estrella “tropieza” y cae fuera de pantalla, mientras un exagerado efecto de sonido da el golpe de efecto. No funciona igual. Pero Hawks no deja su cámara enllavada. Los planos medios y close ups sirven para puntualizar giros en la percepción de los personajes. Tome nota de como el primer close up de la película favorece la reacción de Susan cuando Huxley le revela que se casará al día siguiente. El segundo, aparece cuando lo deja en la acera de su hotel, poco tiempo después. Después de la brusca despedida, Susan decide como conseguirá evitar que se case. Pero no dice ni una palabra. El close up sobre el rostro de Hepburn y su determinada sonrisa dicen todo lo que necesitamos saber.


Tome nota de como el guión construye paso a paso la trama, plantando elementos y personajes que muchas escenas más adelante ofrecerán réditos cómicos. En la secuencia inicial, por ejemplo, se introduce el precioso hueso necesario para completar el imponente dinosaurio fósil que representa la vida y obra de Huxley. La pérdida de ese hueso servirá de combustible para el tercio final de la película. Una rápida conversación entre Huxley y su prometida siembra los parámetros de la insatisfacción. La mujer es fría e inflexible. Cuando el hombre plantea expectativas ante la noche de bodas y la posibilidad de tener niños – código para relaciones sexuales – la prometida le aclara que nada puede distraerlos de su trabajo, que es lo más importante. De esta manera, no resentimos a Susan cuando se propone socavar el compromiso de Huxley. Su encuentro con Susan la liberará de lo predecible – y de un matrimonio asexuado -, al mismo tiempo que le da una probadita perversa de esa familia nuclear que en el fondo desea. Susan es, en contraste, una “esposa ideal”, cariñosa y accesible. El leopardo-mascota se llama “Bebé”. Pero Huxley esta fosilizado en vida. Su propia imagen de si mismo debe destruirse para que pueda ser digno de Susan. No es una casualidad que en el epílogo, ella desarma efectivamente el imponente esqueleto mientras Huxley finalmente acepta, con resignación, que la ama.


Entre ellos pulula una multitud de personajes secundarios que le dan buen nombre al término caricaturesco. Nadie sobra. Todos son engranajes vitales de la trama. Tome nota del psiquiatra con ojos cruzados (Fritz Feld). Es introducido en el capítulo del restaurante, segundo encuentro entre Susan y Huxley. Al compartir con ella la teoría de que detrás de la hostilidad de los hombres se esconde “el impulso amoroso”, le ayuda a descifrar sus sentimientos por el zoólogo. Después, aporta el vehículo robado por Susan en camino a la finca de su tía. Habita en la casa de campo donde Susan y David plantan serenata al leopardo perdido. Finalmente, contribuye al caos de la resolución en la cárcel del pueblo. La adinerada tía (May Robson), su ceremonioso pretendiente (Charles Ruggles), el gruñón abogado Mr. Peabody (George Irving), el jardinero borracho (Barry Fitzgerald), el sheriff Slocum (Walter Catlett), todos tienen al menos una escena personal para brillar.

La película fracasó en la taquilla durante su apertura inicial. Solo fue un ligero tropezón en la carrera del director. Howard Hawks era el típico director de la era dorada de Hollywood. Bajo contrato con los grandes estudios, podían trabajar en más de una película al año, cambiando de género como quien cambia de sombrero. Aunque algunos sufrían sometidos a las demandas de la industria y aspiraban a independencia (Orson Wells, por ejemplo), otros, como Hawks y Michael Curtiz, florecían en este sistema que les permitió forjar extensas y eclécticas filmografías.


En una entrevista con Peter Bogdanovich, Howard Hawks asumió que el problema residía en que todos los personajes estaban locos. No había alguien cuerdo con quien la audiencia se identificara, que sirviera de contraste y pusiera en contexto la conducta absurda de los otros. En eso Hawks se equivocó. Huxley funciona como doble del espectador...y todos estamos un poco locos. Subsiguientes re estrenos validaron a “Bringing Up Baby” en la taquilla. La crítica también abrió los ojos progresivamente, hasta identificarla como el estándar ante el cual se miden los demás exponentes del género. A mi parecer, la película es tan densa en eventos y ocurrencias que puede resultar abrumante en una primera visita. El espectador contemporáneo además debe lidiar con un estilo radicalmente diferente al moderno. Los actores hablan a la velocidad de una metralleta, si no conecta con lo verbal, el estilo visual se puede percibir como lento. Los chistes de doble sentido son sutiles, no hay despliegues de escatología...pero cualquier ajuste es premiado con creces. Hasta ahora, he visto la película cinco veces. Y cada vez me rio mas.
           



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