Los géneros suponen un grupo de parámetros narrativos y estilísticos que establecen coordenadas creativas para los artistas, y sirven para atraer y preparar a las audiencias. En el caso del melodrama, sabemos a priori que la película tendrá que ver con asuntos sentimentales. En el western, la acción se desarrollará en el límite de la civilización y la cultura occidental – porque no todas las películas de vaqueros se escenifican en EEUU -. Estas convenciones establecen un marco sobre el cual se pueden explorar dramáticamente innumerables temas y conflictos.
Los géneros también se desgranan en múltiples variables; se cruzan entre sí; conquistan el favor del público o caen en desgracia; cambian con el tiempo y las referencias culturales de la sociedad. Veamos el ejemplo del cine de horror. Tanto en la época del cine silente como en la era dorada de los estudios, se favorecían lo fantástico y lo sobrenatural.
De ahí viene la racha de los estudios Universal, que en los años 30 se convirtió en la principal proveedor de “criaturas”. Todo empezó en 1931, con el doble acierto de “Dracula” (Tod Browning) y “Frankenstein” (James Whale). Ambas películas, basadas en novelas, ofrecían una irresistible mezcla de cachet artístico y provocación sensacionalista. Su éxito económico marco la identidad de Universal, que rápidamente desató sobre el mundo otros monstruos como “La Momia” (Karl Freund, 1932), “El Hombre Invisible” (James Whale, 1933) y “La Novia de Frankenstein” (James Whale, 1935).
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