lunes, 21 de marzo de 2011

LA MOMIA: “The Mummy” (Karl Freund, 1932)

“La Momia” es una muestra de lo maleable que pueden ser los géneros. El “monstruo” casi no aparece en pantalla como tal. Solo en la secuencia inicial vemos a la momia de Imhotep, cubierta de sucios vendajes, despertando de su sueño milenario. El resto del tiempo se presenta como Ardeth Bay, un siniestro intelectual. Tiene la reconocible fisonomía de Boris Karloff, con el rostro arrugado por un extraordinario maquillaje que lo avejenta sin tiempo específico. En un triunfo de actuación física, se moviliza con una extraña mezcla de parsimonia y rapidez. Con sus movimientos deja claro que no es de este mundo.


 Después de una aterradora secuencia inicial, la película se revela gradualmente como un drama romántico. Imhotep terminó como momia por caer en desgracia con el faraón. Al enamorarse de una de sus hijas, virgen sacerdotisa de la diosa Isis, cometió un crimen castigado de la peor manera posible: ser momificado vivo, sin los ritos que garantizan una vida plena en el mas allá. Cuando un arqueólogo lo despierta accidentalmente al recitar un encantamiento consignado en un papiro del dios Anubis, Imhotep pone manos a las obra para recuperar a su amada. La princesa Anksamon ha re encarnado en Helen Grosvenor (Zita Johann), una bella joven egipcio-británica, desconcertada ante la extraña fascinación que ejerce sobre ella Imhotep/Ardeth Bay. La trama se complica cuando aparece el galán convencional Frank Whemple (David Manners), miembro de la misión arqueológica británica.

Los roles están claramente determinados: Frank es el “muchacho” que ama genuinamente a la “muchacha”. Imhotep es el villano antagonista que hará hasta lo imposible por separarlos, pero no puede salirse con la suya. Sin embargo, las simpatías de la película residen claramente con el “malo”, convertido en anti-héroe romántico. El amor por la princesa le costó la vida. Esta dispuesto a matar – y mata – por recuperarla. ¿Puede compararse eso con el enamoramiento casual de la joven pareja? No, pero la narrativa debe seguir lo socialmente aceptable. Al proponerse matar a Helen para resucitarla y que tenga como él “vida eterna”, Imhotep comete la transgresión que lo hace caer en desgracia con la audiencia, y la da carta blanca a los realizadores para asumir el desenlace políticamente correcto. Un poco de intervención divina lo convierte en polvo. Así, el personaje se afianza como héroe trágico. Su final infeliz lo hace inolvidable.
El director Karl Freund, virtuoso director de fotografía del cine silente alemán, usa su cámara para mantenernos varios pasos mas adelante de los protagonistas. Tome nota de como en la secuencia del despertar, la momia es visualmente un elemento secundario. No es sino hasta que sus párpados se abren que la benefician con un plano individual. Cuando Imhotep invade el museo por primera vez para tratar de resucitar la momia de su amada, cortamos del sarcófago a un movimiento de cámara sobre una panorámica de El Cairo, a un plano de Helen en la ventana de un salón de fiestas. Sin emitir una sola palabra, en segundos, se nos sugiere que la moderna debutante y la difunta princesa son una misma.

Volviendo al despertar de la momia, la edición mantiene su “movimiento” fuera de cámara. Apenas, vemos como abre los ojos, como abre los brazos en cruz. Después, solo una mano que invade el encuadre dominado por el papiro de Anubis. La cámara favorece al arqueólogo que grita, y solo nos muestra los vendajes que arrastran los pies fuera de cámara. En esta era del cine de horror, lo que se sugiere es mas aterrador que lo que se enseña. Cuando Imhotep estrangula a sus víctimas, lo hace desde lejos, emanando de sus manos una fuerza invisible con dejes que años después, George Lucas adoptaría para su Darth Vader. Compare con el estilo contemporáneo: lo sobrenatural ha sido desplazado por lo criminal. Los monstruos de ahora son asesinos en serie y psicópatas que viven como cualquier vecino. Las “hazañas” son carnicería retratada con celo anatómicamente correcto.

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